Madre: mi yo nace

No hay sino una cosa importante: la vida. Sin ella no se pueda hacer ni construir nada. Pero la vida no sólo es biológica, sino que ésta también incluye el sentido, y la justificación, aunque en una acepción más simbólica. Pero no hay vida, no hay amor, no hay realidad, sino hay madre. Es ella la que participa, junto con el Creador, de la continuidad de la especie y, por tanto, de la existencia humana. No en vano los hombres primitivos valoraban, incluso con demasía reverencia, a la tierra como madre, pues ella es la que da la vida con su vida. Los antiguos, o arcaicos, no veían tan mal las cosas; la madre, en verdad, merece tal reverencia.

Perola tarea de ser madre no se reduce al mero dar vida, también circunscribe la labor espiritual. Un hijo no es un mero producto de la evolución, sino, como dirían los antropólogos de este siglo, es un espíritu encarnado. Y precisamente este espíritu es lo más significativo. Hans Urs Von Balthasar, en una reflexión muy interesante, hace mención sobre el amor de la madre, y dice precisamente que éste despierta el yo de su hijo recién nacido. Pues en el momento en que ella lo abraza, lo acoge, y lo contempla, su niño toma conciencia de sí mismo, de su individualidad. Así, el tú de la madre despierta el yo del niño, y sólo a través del amor. De este modo, el hombre toma conciencia de sí cuando es llamado por un tú.

Y sólo este amor primigenio de la madre, que se da en los primeros años, se continúa con el amor de Dios, que es padre y madre a la vez. Únicamente con la acogida del amor divino el hombre revive esta plenitud de amor que vivió con la madre en su estado primitivo. Sólo el amor reconstruye, da vida, y hace entender el sentido del mundo. Gracias al amor de entrega, el hombre vislumbra los horizontes de sentidos que hay. Sin una madre, el yo no se siente acogido ni reconstruido. Sólo el amor maternal termina siendo un reflejo grato del amor divino, que acoge sin interés el yo de su hijo, y que lo reconstruye cuando éste se pierde en el mal. Feliz día a todas aquellas que han sabido escoger la maternidad.



Abraham Siloé Ramos Pérez

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