FEEL. ROBBIE WILLIAMS

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Es una canción que en lo personal me gusta bastante. Para mi una de las mejores de Robbie Williams.

MENSAJE URBI ET ORBI 2007. BENEDICTO XVI

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Imagen tomada el 25 de Diciembre de 2007 durante la bendición Urbi et Orbi

«Nos ha amanecido un día sagrado: venid, naciones, adorad al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra»(Misa del día de Navidad, Aclamación al Evangelio).

Queridos hermanos y hermanas:
«Nos ha amanecido un día sagrado». Un día de gran esperanza: hoy el Salvador de la humanidad ha nacido. El nacimiento de un niño trae normalmente una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el corazón de cuantos lo esperaban: «lux magna», canta la liturgia de este día de Navidad. Ciertamente no fue «grande» según el mundo, porque, en un primer momento, sólo la vieron María, José y algunos pastores, luego los Magos, el anciano Simeón, la profetisa Ana: aquellos que Dios había escogido. Sin embargo, en lo recóndito y en el silencio de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera; ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14)

«Dios es luz –afirma san Juan– y en él no hay tinieblas» (1 Jn 1,5). En el Libro del Génesis leemos que cuando tuvo origen el universo, «la tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla». «Y dijo Dios: “que exista la luz”. Y la luz existió» (Gn 1,2-3). La Palabra creadora de Dios es Luz, fuente de la vida. Por medio del Logos se hizo todo y sin Él no se hizo nada de lo que se ha hecho (cf. Jn 1,3). Por eso todas las criaturas son fundamentalmente buenas y llevan en sí la huella de Dios, una chispa de su luz. Sin embargo, cuando Jesús nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo: «Dios de Dios, Luz de Luz», profesamos en el Credo. En Jesús, Dios asumió lo que no era, permaneciendo en lo que era: «la omnipotencia entró en un cuerpo infantil y no se sustrajo al gobierno del universo» (cf. S. Agustín, Serm 184, 1 sobre la Navidad). Aquel que es el creador del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en la noche de Navidad, el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).

«Hoy una gran luz ha bajado a la tierra». La Luz de Cristo es portadora de paz. En la Misa de la noche, la liturgia eucarística comenzó justamente con este canto: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros» (Antífona de entrada). Más aún, sólo la «gran» luz que aparece en Cristo puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada generación está llamada a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno de nosotros.

La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20). Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.

En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de salvación.

Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano, brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven negadas aún sus legítimas aspiraciones a una subsistencia más segura, a la salud, a la educación, a un trabajo estable, a una participación más plena en las responsabilidades civiles y políticas, libres de toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden la dignidad humana. Las víctimas de sangrientos conflictos armados, del terrorismo y de todo tipo de violencia, que causan sufrimientos inauditos a poblaciones enteras, son especialmente las categorías más vulnerables, los niños, las mujeres y los ancianos. A su vez, las tensiones étnicas, religiosas y políticas, la inestabilidad, la rivalidad, las contraposiciones, las injusticias y las discriminaciones que laceran el tejido interno de muchos países, exasperan las relaciones internacionales. Y en el mundo crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios ambientales.

En este día de paz, pensemos sobre todo en donde resuena el fragor de las armas: en las martirizadas tierras del Dafur, de Somalia y del norte de la República Democrática del Congo, en las fronteras de Eritrea y Etiopía, en todo el Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra Santa, en Afganistán, en Pakistán y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes, y en tantas otras situaciones de crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia. Que el Niño Jesús traiga consuelo a quien vive en la prueba e infunda a los responsables de los gobiernos sabiduría y fuerza para buscar y encontrar soluciones humanas, justas y estables. A la sed de sentido y de valores que hoy se percibe en el mundo; a la búsqueda de bienestar y paz que marca la vida de toda la humanidad; a las expectativas de los pobres, responde Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con su Natividad. Que las personas y las naciones no teman reconocerlo y acogerlo: con Él, «una espléndida luz» alumbra el horizonte de la humanidad; con Él comienza «un día sagrado» que no conoce ocaso. Que esta Navidad sea realmente para todos un día de alegría, de esperanza y de paz.

«Venid, naciones, adorad al Señor». Con María, José y los pastores, con los Magos y la muchedumbre innumerable de humildes adoradores del Niño recién nacido, que han acogido el misterio de la Navidad a lo largo de los siglos, dejemos también nosotros, hermanos y hermanas de todos los continentes, que la luz de este día se difunda por todas partes, que entre en nuestros corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares, lleve serenidad y esperanza a nuestras ciudades, y conceda al mundo la paz. Éste es mi deseo para quienes me escucháis. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús, para que su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz. El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, os colme con su felicidad y os haga mensajeros de su bondad. ¡Feliz Navidad!

© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana

ABIERTO EL PROCESO DE BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO I

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En presencia del prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos


BELLUNO, 24 de noviembre de 2003 (ZENIT.org).- La solemnidad de Cristo Rey, celebrada el domingo, fue el marco en que se abrió en la catedral Belluno, al noroeste de Italia, la fase diocesana de la causa de beatificación de Juan Pablo I –Albino Luciani— en presencia del prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins.

La solemne liturgia ha constituido la primera sesión del proceso que, a los pies de los Dolomitas, todos esperan que eleve a los altares al cardenal Lucani, Papa durante 33 días en 1978.

Originario de Canale d’Agordo, donde nació en 1912, Albino Luciani fue ordenado sacerdote en 1935; en 1958 era obispo de Vittorio Veneto y patriarca de Venecia en 1969. Del 26 de agosto al 28 de septiembre de 1978 se desarrolló su breve pontificado.

«Maestro de fe limpia, sin cesiones a modas pasajeras y mundanas. Trataba de adaptar sus enseñanzas a la sensibilidad de la gente, pero conservando siempre la claridad de la doctrina y la coherencia de su aplicación a la vida»: así describía Juan Pablo II el pasado 27 de agosto a su predecesor, con ocasión del XXV aniversario de su elección a la sede de Pedro.

«Humildad y optimismo fueron la característica de su existencia», sintetizó entonces; «precisamente gracias a estas cualidades, dejó en su fugaz paso entre nosotros un mensaje de esperanza que encontró acogida en muchos corazones».

Un Papa y pastor de «pensamiento siempre original y agudo», con un «fuerte concepto de santidad» fue Juan Pablo I, reconoció el cardenal Saraiva durante la ceremonia en la diócesis de la que era originario.

El purpurado subrayó la humildad de Albino Luciani recordando la visita que hizo a la tumba de Pablo VI antes de la apertura del cónclave en el que sería elegido Papa.

«Iba entre miles de personas, en fila –recordó--. En cierto momento creyó que no podría llegar hasta el final. Fue reconocido sólo cuando llegó ante el féretro y entonces le condujeron aparte, a un reclinatorio preparado».

«Esto evidencia la clase del humilde patriarca de Venecia –reconoció el cardenal Saraiva--, que sale del pueblo y con el pueblo ama permanecer (...), en silencio», cita la agencia de noticias del episcopado italiano «Sir».

Por su parte, el obispo de Belluno-Feltre, monseñor Vincenzo Savio, durante la liturgia de la Palabra, recordó el «sentimiento difundido del pueblo de Dios, que pide que [Albino Luciani] sea propuesto como testimonio de santidad».

El prelado, con ocasión de la apertura de la fase diocesana del proceso, obsequió a las parroquias de la diócesis de Belluno-Feltre con páginas –enmarcadas-- originales del breviario que utilizó Albino Luciani.

Sobre esas páginas del breviario, Albino Luciani «formó su piedad, nutrió su fe; de esas páginas obtuvo luz y fuerza en su ministerio pastoral», explicó monseñor Savio.

«Será para cada comunidad el reclamo concreto para buscar en la oración la fuerza de amar y servir a Dios y a los hermanos en la vida de cada día», exhortó.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

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(Aunque ya pasó la fecha, no había podido leer esta reflexión de Cantalamessa, que me parece sumamente interesante)


Sin pecado


Con el dogma de la Inmaculada Concepción la Iglesia católica afirma que María, por singular privilegio de Dios y en vista de los méritos de la muerte de Cristo, fue preservada de contraer la mancha del pecado original y vino a la existencia ya del todo santa. Cuatro años después de la definición del dogma por el Papa Pío IX, esta verdad fue confirmada por la Virgen misma en Lourdes en una de las apariciones a Bernadette con las palabras: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

La fiesta de la Inmaculada recuerda a la humanidad que existe una sola cosa que contamina verdaderamente al hombre, y es el pecado. Un mensaje cuánto más urgente que proponer. El mundo ha perdido el sentido del pecado. Se bromea como si fuera lo más inocente del mundo. Aliña con la idea de pecado sus productos y sus espectáculos para hacerlos más atractivos. Se refiere al pecado, incluso a los más graves, con diminutivos: pecadillo, viciosillo. La expresión «pecado original» se utiliza en el lenguaje publicitario para indicar algo bien distinto de la Biblia: ¡un pecado que da un toque de originalidad a quien lo comete!

El mundo tiene miedo de todo menos del pecado. Teme la contaminación atmosférica, las penosas enfermedades del cuerpo, la guerra atómica, actualmente el terrorismo, pero no le da miedo la guerra a Dios, que es el Eterno, el Omnipotente, el Amor, mientras Jesús dice que no se tema a quienes matan el cuerpo, sino sólo a quien, después haber matado, tiene el poder de arrojar a la gehenna (v. Lc 12, 4-5).

Esta situación «ambiental» ejerce una tremenda influencia hasta en los creyentes, que sin embargo quieren vivir según el Evangelio. Produce en ellos un adormecimiento de la conciencia, una especie de anestesia espiritual. Existe una narcosis por pecado. El pueblo cristiano ya no reconoce a su verdadero enemigo, el señor que le mantiene esclavizado, sólo porque se trata de una dorada esclavitud. Muchos que hablan de pecado tienen de él una idea completamente inadecuada. El pecado se despersonaliza y se proyecta únicamente sobre las estructuras; se acaba por identificar el pecado con la postura de los propios adversarios políticos o ideológicos. Una investigación sobre qué piensa la gente que es el pecado arrojaría resultados que probablemente nos aterrorizarían.

En lugar de librarse del pecado, todo el empeño se concentra hoy en librarse del remordimiento del pecado; en vez de luchar contra el pecado se lucha contra la idea de pecado, sustituyéndola con aquella --bastante distinta-- del «sentimiento de culpa». Se hace lo que en cualquier otro campo se considera lo peor de todo, o sea, negar el problema en lugar de resolverlo, volver a echar y sepultar el mal en el inconsciente en vez de extraerlo. Como quien cree que elimina la muerte suprimiendo el pensamiento sobre la muerte, o como el que se preocupa de bajar la fiebre sin curar la enfermedad, de la que aquella es sólo un providencial síntoma. San Juan decía que si afirmamos estar sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y hacemos de Dios un mentiroso (v. 1 Jn 1, 8-10); Dios, de hecho, dice lo contrario: que hemos pecado. La Escritura dice que Cristo «murió por nuestros pecados» (1 Co 15, 3). Suprime el pecado y has hecho vana la propia redención de Cristo, has destruido el
significado de su muerte. Cristo habría luchado contra simples molinos de viento, habría derramado su sangre por nada.

Pero el dogma de la Inmaculada nos dice también algo sumamente positivo: que Dios es más fuerte que el pecado y que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (v. Rm 5, 20). María es la señal y la garantía de esto. La Iglesia entera, detrás de Ella, está llamada a ser «resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 27). Un texto del Concilio Vaticano II dice: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes» [ Lumen gentium, n. 65].

LAS ROSAS DEL MILAGRO.

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Aquí un video de la última párte de esta película, aparece la Antigua Basílica y cómo era en esos días.

COMO LOS MÁRTIRES

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"Atraí­dos por el ejemplo de Jesús y sostenidos por su amor, muchos cristianos, ya en los orígenes de la Iglesia, testimoniaron su fe con el derramamiento de su sangre. Tras los primeros mártires han seguido otros a lo largo de los siglos hasta nuestros dí­as"
Benedicto XVI

El martirio es el signo más auténtico de la Iglesia de Jesucristo: una Iglesia formada por hombres, frágiles y pecadores, pero que saben dar testimonio de su fe vigorosa y de su amor incondicional a Jesucristo, anteponiéndolo incluso a la propia vida. Dado que los mártires son personas de todos los ámbitos sociales, que han pasado su existencia haciendo el bien y que han sufrido y han muerto renunciando a salvar su vida y perdonando a quienes los maltratan, nos sitúan ante una realidad que supera lo humano y que nos invita a reconocer la fuerza y la gracia de Dios actuando en la debilidad de la historia humana. BEATIFICACIÓN DE 498 MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA (Roma, 28 de octubre de 2007)

Adoration with two Popes

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AIDA: UNA FRASE CÉLEBRE...

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Este video es del programa "Aida", veanlo, está corto y dice una frase bastante interesante o qué opinan?

Cena por los 500 números de Koinonía

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Alanis Morissette - Crazy (Seal Cover)

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Alanis Morissette's cover of Crazy, originally by Seal.

CHICAS VIP. DÍA DE MUERTOS.

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Aunque sea por atrasado, pero vean el video, está bueno.

Congruencia

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Me complace especialmente la elección de este tema, particularmente querido por mí, que remite a un capítulo significativo de la exhortación apostólica Sacramentum caritatis. En ella subrayé una vez más el nexo fundamental entre la celebración de los misterios divinos y el testimonio de la vida, entre la experiencia de encuentro con el misterio de Dios, fuente de asombro y de alegría interior, y el dinamismo de un compromiso renovado que nos lleva a ser, precisamente, "testigos de su amor". Recordando que Jesús mismo es "el testigo fiel y veraz" (cf. Ap 1, 5), enviado por el Padre al mundo para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18, 37), debemos convencernos de que precisamente el testimonio coherente y convencido de los creyentes es "el medio como la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical" (Sacramentum caritatis, 85). Benedicto XVI.


Cierto, muy cierto. Pero qué difícil !

SAN MARTÍN DE PORRES.

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(Festividad: 3 de Noviembre)

En Sudamérica es muy popular San Martín de Porres y hasta se han filmado hermosas películas acerca de su vida y milagros. Es un santo muy simpático y milagroso.

Nació en Lima, Perú, hijo de un blanco español y de una negra africana. Por el color de su piel, su padre no lo quiso reconocer y en la partida de bautismo figura como "de padre desconocido". Su infancia no fue demasiado feliz, pues por ser mulato (mitad blanco y mitad negro, pero más negro que blanco) era despreciado en la sociedad.

Aprendió muy bien los oficios de peluquero y de enfermero, y aprovechaba sus dos profesiones para hacer muchos favores gratuitamente a los más pobres.

A los 15 años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos. Como a los mulatos les tenían mucha desconfianza, fue admitido solamente como "donado", o sea un servicial de la comunidad. Así vivió 9 años, practicando los oficios más humildes y siendo el último de todos.

Al fin fue admitido como hermano religioso en la comunidad y le dieron el oficio de peluquero y de enfermero. Y entonces sí que empezó a hacer obras de caridad a manos llenas. Los frailes se quejaban de que Fray Martín quería hacer del convento un hospital, porque a todo enfermo que encontraba lo socorría y hasta llevaba a algunos más graves y pestilentes a recostarlos en su propia cama cuando no tenía más donde se los recibieran.

Con la ayuda de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.

Aunque él trataba de ocultarse, sin embargo su fama de santo crecía día por día. Lo consultaban hasta altas personalidades. Muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo. Pasaba la mitad de la noche rezando. A un crucifijo grande que había en su convento iba y le contaba sus penas y sus problemas, y ante el Santísimo Sacramento y arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba largos tiempos rezando con fervor.

Sin moverse de Lima, fue visto sin embargo en China y en Japón animando a los misioneros que estaban desanimados. Sin que saliera del convento lo veían llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos. A los ratones que invadían la sacristía los invitaba a irse a la huerta y lo seguían en fila muy obedientes. En una misma cacerola hacía comer al mismo tiempo a un gato, un perro y varios ratones. Llegaron los enemigos a su habitación a hacerle daño y él pidió a Dios que lo volviera invisible y los otros no lo vieron.

Cuando oraba con mucha devoción se levantaba por los aires y no veía ni escuchaba a la gente. A veces el mismo virrey que iba a consultarle (siendo Martín tan de pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la puerta de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis. En ocasiones salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".

El Arzobispo se enfermó gravemente y mandó llamar al hermano Martín para que le consiguiera la curación para sus graves dolores. Él le dijo: ¿Cómo se le ocurre a su excelencia invitar a un pobre mulato? Pero luego le colocó la mano sobre el sitio donde sufría los fuertes dolores, rezó con fe, y el arzobispo se mejoró en seguida.

Recogía limosnas en cantidades asombrosas y repartía todo lo que recogía. Miles de menesterosos llegaban a pedirle ayuda.

A los 60 años, después de haber pasado 45 años en la comunidad, mientras le rezaban el Credo y besando un crucifijo, murió el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a su entierro y los milagros empezaron a obtenerse a montones por su intercesión.

Dijo Jesús: Todo el que se humilla será enaltecido.

UN ESTILO PROPIO DE COMUNICAR EL EVANGELIO.

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500 Semanas de editar el Semanario Koinonía.

...Koinonía se elabora con responsabilidad, asumiendo semana a semana el reto de planear, recopilar, diseñar, imprimir y distribuir el semanario; con ilusión, esperando que lo realizado ayude al lector (...) a la creación de un mundo mejor...

Por Pbro. Marco Antonio García Ángeles.
Director del Semanario Koinonía.
Hace cuatro semanas que iniciamos la planeación de la edición número 500 del Semanario Koinonía, actividad que ha pasado ya a formar parte de nuestro calendario semanal, así como otras actividades más que, con el correr del tiempo, hemos incorporado al periódico y que marcan una distancia no sólo de forma sino de fondo entre su inicio y el actual número. En esta ocasión la planeación del periódico tiene un tinte especial, pues significa llegar a una edición que cierra una etapa que incluye los inicios y la consolidación de un medio católico de comunicación en la Iglesia particular de Puebla.

Al hacer memoria de estas 500 semanas vienen a mi mente las palabras que el Papa Juan Pablo II plasmara en la Bula de convocación para la celebración del gran Jubileo del año 2000: “A lo largo de la historia la institución del Jubileo se ha enriquecido con signos que testimonian la fe y favorecen la devoción del pueblo cristiano. Entre ellos hay que recordar, sobre todo, la ‘peregrinación’, que recuerda la condición del hombre a quien gusta describir la propia existencia como un camino. Del nacimiento a la muerte, la condición de cada uno es la de ‘homo viator’…” Y es verdad, nuestra vida encuentra su razón de ser desde el momento en que nos reconocemos como personas que caminamos, que peregrinamos hacia la plenitud: Dios.

¿Qué ha sido Koinonía a lo largo de 500 semanas de trabajo, de constancia y presencia editorial, sino un medio de comunicación en el que se ha plasmado el sentir, la vida y la experiencia de fe de la comunidad diocesana, un medio que semana a semana expresa en palabras e imágenes una fisonomía particular y única del equipo editorial y de la realidad espacio temporal de una diócesis viva? Un medio que, en el aprendizaje permanente, ha contribuido al crecimiento y maduración de la fe de sus lectores. Un medio que en su caminar, no pocas veces difícil y áspero, se ha esmerado en ser fiel a su misión de contribuir a que las palabras de Jesús dichas a sus Apóstoles “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”, se hagan realidad en la nueva cultura mediática.

Alcanzar la edición 500, necesariamente me ha llevado a volver los ojos al día 5 de abril de 1998, fecha en la que iniciamos nuestra aventura editorial, nuestra historia de comunicación. Doce páginas, cinco mil periódicos, una tinta, cuatro pesos su precio, son algunas de las características que aún pueden constatar quienes con cariño guardan la mencionada edición. Al recorrer sus páginas descubrí nombres que hoy son familiares y de referencia obligada en Koinonía: Miriam Cervantes, reportera; Alba Juárez, reportera; Jorge Cabrera, reportero; Alfredo Martínez, diseñador; Julieta Pérez, sección infantil. A ellos se fueron integrando reporteros, diseñadores, impresores, distribuidores, administradores, directivos y consejo editorial, que con su trabajo y compromiso han hecho posible el desarrollo y la presencia del semanario en la Diócesis hasta llegar a ser un centro de servicios en comunicación editorial.

Koinonía refleja ahora el resultado de su progreso: veinte páginas, ocho de ellas en selección a color, 11 mil quinientos periódicos, seis pesos su precio, suplemento infantil, 210 centros de distribución, por mencionar algunas de sus actuales características. En aquella primera edición como en cada una de las que le siguieron, late vivo el espíritu de nuestro objetivo: Ser un medio permanente de expresión de la Iglesia diocesana que, informando, evangelizando y orientando, desde las diferentes facetas y carismas que la forman, contribuye a la maduración de la fe del cristiano en el umbral del nuevo milenio.

Cientos de eventos cubiertos por los reporteros, miles de notas redactadas, de páginas diseñadas, de fotografías retocadas, de palabras tecleadas; miles y miles de hojas impresas que resultan ya incontables, de horas máquina de trabajo, de horas hombre de trabajo; cientos de veces recorrida la Diócesis, cientos de miles de kilómetros de travesía por las carreteras y un promedio de cinco millones de periódicos distribuidos a lo largo y a lo ancho de la Diócesis.

Analizar estos datos nos llena de satisfacción por el trabajo realizado, por los logros alcanzados; nos permiten agradecer en primer lugar a Dios nuestro Señor, por su tangible presencia y bendición, y después, a cada uno de los sacerdotes, distribuidores, promotores, anunciantes y lectores de Koinonía, porque con su invaluable apoyo han hecho posible que hoy alcancemos esta meta dentro del mundo de la comunicación.

En el camino recorrido, Koinonía ha ido asumiendo mensajes del Magisterio de la Iglesia que le han permitido fortalecer y clarificar su misión. La primera de ellas es una frase del Papa Juan Pablo II que dice: “Comunicar al Señor, no es una obligación sino un privilegio”. Esta frase la hemos hecho nuestra porque creemos, y así lo tratamos de manifestar, que nuestro diario trabajo en Koinonía es un privilegio que Dios y la vida nos han permitido experimentar para servir y contribuir a la comunión en la Iglesia diocesana.

Cuando el mismo Papa Juan Pablo II hace el llamado a la Iglesia para que oriente todos sus esfuerzos hacia la Nueva Evangelización, Koinonía refuerza su convicción de que entre en los nuevos métodos, los medios de comunicación son útiles y necesarios para la evangelización. Una sociedad globalizada, con un nuevo lenguaje mediático pide un nuevo estilo y nuevos métodos de predicación, Koinonía trabaja para reflejar una Iglesia viva, preocupada por el diario acontecer del hombre y en sintonía con los avances tecnológicos.

Palabras como “lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas”, tomadas del evangelio de Mateo 10,27 e incluidas en uno de los mensajes del Papa para la celebración de la Jornada Mundial de las Comunicaciones han propiciado nuevas ideas, proyectos y cambios en la forma de hacer periodismo a través de un medio católico.

Pero como toda realidad humana, no todo ha sido color de rosa. Cuando las fuerzas han flaqueado, cuando el camino se empieza a cerrar, cuando es difícil descubrir la luz, recordamos y reflexionamos la profundidad de “las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’ para pescar: ‘Duc in altum’ (lc 5,4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. ‘Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces’ (Lc 5,6) ¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro…” (Novo millennio ineunte 1). Debo reconocer que en varias ocasiones este mensaje de Jesús nos ha hecho retomar el camino, renovar el compromiso y reforzar la esperanza. Y el Señor no nos ha dejado nunca de su mano.

Hoy que llegamos a la edición 500 del semanario vale la pena presentar una explicación del término Koinonía, pues en ello nos hemos afanado durante 500 semanas de nuestra vida. Koinonía, es un término en lengua griega que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y se refiere al nuevo estilo de vida de los discípulos de Jesús, a la comunión en la que vivía la primera comunidad como fruto de la presencia del Espíritu Santo. Koinonía semanario ha pretendido, y en buen grado lo ha logrado, contribuir para que, teniendo la misma fe, formando una sola familia en Cristo e iluminados por un solo Espíritu, vivamos una común unión, una comunidad, meta de la comunicación.

Ahora nos podríamos preguntar: ¿cómo se hace Koinonía? El proceso técnico editorial es muy interesante pero creo que se disfruta más cuando físicamente se atestigua la presencia de los reporteros en las parroquias, su diseño en computadora, su impresión en las máquinas offset, su puntual distribución en las comunidades parroquiales, para lo cual hago una atenta y sincera invitación a visitar nuestras oficinas.

Al hablar sobre la forma cómo se hace Koinonía me quiero referir a las actitudes que cada uno y todos los que formamos Koinonía nos esforzamos en transmitir. Koinonía se elabora con responsabilidad, asumiendo semana a semana el proceso de planeación, recopilación, diseño, impresión y distribución del semanario; con ilusión, esperando que lo realizado ayude al lector a conocer y amar al Señor y a su Iglesia; con esperanza de que a través del semanario se ayude en la creación de un mundo mejor, de un hombre mejor, de una Iglesia mejor; con fe en Dios que es el mensaje mismo, en el hombre que es el destinatario y en nosotros mismos como equipo que elaboramos el medio; con alegría, fruto de la satisfacción por el trabajo realizado y por el bien compartido; con optimismo, vislumbrando un futuro mejor para Koinonía y para nuestros lectores, no dejándonos vencer por las adversidades, los obstáculos, y mucho menos por las dificultades; con espíritu de servicio, sabiéndonos parte de una comunidad de servidores a ejemplo del Maestro. En una palabra: soñando, como lo hiciéramos hace 500 semanas, cuando contábamos solo con eso, con el sueño de hacer realidad un medio de comunicación impreso.Como en aquella ocasión, en esta edición, la número 500, tenemos aún metas por alcanzar, proyectos que elaborar, obstáculos que vencer, alegrías que compartir, triunfos que celebrar, penas que sufrir, mensajes que comunicar. Pero ciertamente, ayer como hoy, de algo estamos seguros, mientras el Señor nos lo permita vamos a seguir soñando, vamos a seguir siendo un medio de comunicación en nuestra Iglesia diocesana, vamos a seguir recorriendo el camino que nos conduce a la Koinonía definitiva, a la comunión con Dios.

BIBLIA Y LITURGIA.

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Por Louis-Marie Chauvet

Los frutos espirituales de la lectura y la meditación personales de la Biblia son indudables, pero no hay que olvidar que la Biblia, antes de ser destinada a un uso personal, está hecha para un uso colectivo, el uso litúrgico.

La Biblia está en la liturgia como pez en el agua: Allí encuentra su medio de vida normal. Esto puede extrañar; en efecto ¿no estamos acostumbrados a mirar la Biblia como destinada ante todo a la lectura y a la meditación personales? No se trata evidentemente de cuestionar este tipo de utilización, cuyos frutos espirituales son conocidos. Sin embargo, conviene recordar una cosa muy olvidada: la Biblia, antes de ser destinada a un uso personal, está hecha para un uso colectivo, el uso litúrgico. Se tratará de verificarlo, brevemente, aquí, mostrando cómo la Biblia y la liturgia de alguna manera han nacido la una de la otra.

La Biblia nacida de la liturgia

Entre las múltiples tradiciones orales y escritas que han sido transmitidas a lo largo de la historia de Israel, en definitiva nos llegó muy poco: la mayoría se perdió en las arenas del olvido. Las que ha conservado la Biblia "'han sobrevivido a causa de su uso litúrgico. Y su modo de escritura, su estilo de agrupación, vienen de su uso litúrgico”. Esto vale también para los libros bíblicos como Rut, el Cantar de los Cantares, el Qohélet o Esther: en el judaísmo, después de la destrucción del Templo en el 70, se leían estos textos respectivamente en las fiestas de Pentecostés, Pascua, los Tabernáculos y Purim. Paul Beauchamp tiene toda la razón al escribir en este sentido: "Es canónico lo que recibe autoridad de la lectura pública".

Esta estrecha relación entre la Biblia y la liturgia puede deducirse además de muchas otras observaciones. Mencionamos aquí simplemente algunas:

a) Desde las edades más antiguas, fue principalmente en los santuarios (Hebrón, Siquem, Guilgal, Siló, etc.), donde se conservó la memoria colectiva de los distintos clanes o tribus: los sacerdotes, guardianes e intérpretes de las leyes reconocidas por las tribus, velaban por la salvaguardia y la transmisión de las tradiciones orales, las cuales, evidentemente, fueron objeto de reinterpretaciones y de fusiones parciales a lo largo de las generaciones. La Biblia nació de la actividad "litúrgica" (en el sentido amplio) de estos centros culturales donde los clanes y las tribus modelaban y hacían propia su memoria colectiva.

b) Si Israel acabó por reconocerse especialmente en las tres grandes fiestas anuales de peregrinación (Pascua, Pentecostés, Tabernáculos), aun siendo todas ellas de origen pagano, fue en razón de la reconversión histórica de la que cada una fue objeto: así, para la Pascua, el sacrificio del cordero, el pan ácimo, las hierbas amargas, en relación con el Éxodo de Egipto; para Pentecostés, la ofrenda de las primicias de la cosecha, en relación con la alianza y el don de la Ley en el Sinaí; para los Tabernáculos, las cabañas de follaje, en relación con la marcha por el desierto. Así, son las asambleas litúrgicas donde Israel revivía, haciendo memoria de ellas, ese pasado fundador, las que fueron el lugar primordial de esa reconversión histórica.

c) Los grandes acontecimientos reconocidos como fundacionales por Israel son presentados en la Biblia por medio de narraciones de tipo litúrgico (salida de Egipto, alianza en el Sinaí, caminata en el desierto, paso del Jordán y toma de Jericó...). No se narra allí la liturgia como tal. Se cuenta allí, litúrgicamente, la historia que se conmemora. La liturgización de estas narraciones es la mejor manera de manifestar su actualidad para cada generación. Su verdadero punto de partida, su verdadero "pretexto", es la asamblea celebrante.

Seguramente sería erróneo concluir de lo que acaba de ser mencionado rápidamente, que la liturgia hubiera sido el lugar exclusivo de producción de la Biblia. Las dimensiones económicas, políticas, sociales, culturales, etc., también fueron lugares de producción de la Biblia. Pero la liturgia fue el lugar decisivo. Con esto se quiere decir que, si no fue sino un factor entre otros de esta producción, en revancha fue también como el catalizador o mejor, tal vez, la matriz que permitió a estos diversos factores de producción "tomar cuerpo" como "palabra de Dios". Porque fue en ella, y especialmente en el memorial de los orígenes que constituye su centro, donde se manifiesta la permanente actualidad de las tradiciones que narra. Es en ella, en otros términos, donde los antiguos textos del pasado llegan como "Palabra de Dios" para hoy.

Lo que acaba de decirse hasta aquí a propósito del Antiguo Testamento, vale igualmente para el Nuevo. La fórmula citada antes: "Es canónico lo que recibe autoridad de la lectura pública ", puede aplicarse también a este último. "El criterio esencial (del establecimiento del canon cristiano de las Escrituras) fue siempre el uso antiguo de las comunidades ", explica el P. Grelot. Pues bien, este uso fue determinado prioritariamente por la liturgia, prosigue él: "La asamblea en Iglesia sigue siendo el lugar en que los libros fueron conservados, leídos y explicados, así como fue el lugar en donde fueron elaborados".

Además, hay que recordar que, en la época del Nuevo Testamento, los cristianos, en sus asambleas, leían como en la sinagoga, un texto de la Torah ("Moisés") y uno de los profetas, y que la homilía que seguía tenía las mismas técnicas rabínicas que las homilías judías; simplemente (pero esto es evidentemente capital), esta técnica era ahora puesta al servicio de la comprensión de la muerte y resurrección de Jesús, el Mesías, como conforme a las Escrituras ("según las Escrituras"). Se comprende en este sentido la "convicción profunda" de C. Perrot: "La cena cristiana es el lugar por excelencia en que la Escritura evangélica de la historia se cristalizó. El Evangelio leído en la celebración eucarística nació en esta misma celebración ", sobreentendiendo que el autor no por eso olvida, "los otros lugares de producción" del Nuevo Testamento.

Engendrados como Palabra de Dios en el seno de la "matriz" de la asamblea litúrgica (ekklésia, palabra griega empleada en este sentido, no solamente en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo para designar las asambleas litúrgicas de Israel), las Escrituras encuentran en ella su medio de vida más adecuado. La Biblia es, pues, inseparable de la "Iglesia". ¿No es, por otra parte, su propia historia la que está escrita a lo largo de las generaciones y que ella lee ahí? ¿Y no es por esta razón fundamental que, cuando se delimitó el "canon", le fue proporcionado lo que podemos considerar el espejo mismo de su identidad, su "ejemplar" en el sentido literal del término?

Por esto, las Escrituras nunca manifiestan tan bien su esencia como en la asamblea celebrante, allí donde levantadas de su "muerte" por la voz viva del lector que las proclama como mensaje vivo para hoy, los antiguos textos alcanzan su objetivo de Palabra de Dios para el hoy de cada generación. Es en la ecclesia litúrgica donde la Biblia llega a su verdad. Para decido de otro modo, la asamblea litúrgica da verdaderamente "lugar" a las Escrituras como "Palabra de Dios".

Nada más fiel, en este sentido, a la tradición que la afirmación de la Constitución sobre la liturgia del último concilio: "Cristo está presente en su palabra porque es él quien habla cuando se leen en la Iglesia las Santas Escrituras" (n. 7). "En la Iglesia", es decir, en la asamblea litúrgica que es el lugar de la Iglesia; pero también se puede añadir "en Iglesia": es claro, en efecto, después de lo que se ha dicho, que la lectura de la Biblia no puede ser cristiana si no es regulada por la tradición eclesial, así como lo atestiguan ya, a su manera, los Hechos de los Apóstoles cuando el eunuco etíope, incapaz de comprender el texto de Isaías 53, que estaba leyendo, responde a Felipe: "¿Cómo puedo comprender si no tengo un guía?" (Hech 8, 31).

La liturgia nacida de la Biblia

Aquí también hay que entender bien la fórmula. ¡Esta no significa, evidentemente, que la liturgia no sería más que una especie de aplicación de las directrices que hubieran sido dadas en el Nuevo Testamento! No significa tampoco que todo en la liturgia provenga de la Biblia: la mayor parte de sus elementos son extrabíblicos. No es, pues, en el sentido "material" (su contenido) como pudiera decirse que la liturgia "proviene de la Biblia". Es en el sentido "formal" de su principio. ¿Qué se entiende por esto? Se quiere decir que hay una especie de "biblicidad" fundamental en la liturgia; que ésta no es cristiana si no está "informada" por la Biblia, tomando aquí el concepto de "forma" en el sentido aristotélico: la "forma" es lo que hace que la "materia" (mármol por ejemplo) llegue a tener talo cual aspecto (de un bloque bruto a una estatua). La forma somete así a la materia a un tratamiento. Del mismo modo, la materia o los materiales tan diversos que componen la liturgia son "tratados" bíblicamente. Tanto así que la liturgia "mana de la Biblia", como se dice que el agua "mana de la fuente".

Atengámonos, para verificarlo, a los solos textos litúrgicos. Muchos de entre ellos son citas explícitas de la Biblia: no solamente las lecturas y los salmos, claro está, sino también las citas evangélicas como "Señor, yo no soy digno ", partes de los himnos como el inicio del "Gloria a Dios ", súplicas como "Señor, ten piedad", fórmulas como "La paz esté con ustedes ", "La gracia de nuestro Señor Jesucristo... " (saludo de apertura: 2 Cor 13, 13), aclamaciones como el Aleluya, oraciones como la primera fórmula de bendición del agua para el Bautismo, que no es otra cosa sino una síntesis tipo lógica de la historia bíblica de la salvación a partir del tema del agua, sin contar las múltiples referencias bíblicas explícitas que tejen las oraciones. Por ejemplo, la del primer domingo de Adviento: "los caminos de justicia ", "el encuentro del Señor", "entrar en posesión del Reino de los cielos ", las Plegarias eucarísticas (el prefacio de la Plegaria eucarística 2, por ejemplo, no es otra cosa sino un tejido de citas bíblicas), el conjunto del ritual bautismal (así, la secuencia del exorcismo hace alusión a la liberación de la esclavitud del pecado, antes de evocar, en la unción, la impregnación por el aceite de la salvación; después, de referirse directamente, en el rito del Effetá, a Marcos 7,32-35) o a las oraciones de ordenación... Sólo desde el punto de vista "material", esto es ya mucho.

Sin embargo, es desde el punto de vista de su tratamiento "formal", hemos dicho, como la liturgia aparece fundamentalmente como "manando de la Biblia". Importa a este nivel, recordar que, porque funciona según las leyes de la ritualidad, la liturgia funciona constantemente a base de símbolos. Ahora, una de las características del símbolo es su economía: un poco de pan y de vino, y no un festín grandioso, bastan para evocar el conjunto de la creación y del trabajo de los hombres; el derramar un poco de agua y no grandes inmersiones en una piscina, bastan para simbolizar la inmersión en la muerte con Cristo y la vida nueva con él.

Conforme a esta ley fundamental de la ritualidad, una simple alusión bíblica a una imagen o a una expresión como "el agua viva", el cielo que se "desgarra", o el desierto que va a "volver a florecer", o a un personaje como Moisés o David, o a un acontecimiento como el maná o la teofanía del Sinaí, o a una institución como el sacerdocio levítico, o a un objeto como el arca de la alianza, etc., basta para evocar amplias partes de la historia bíblica.

La liturgia está repleta de tales alusiones. Hasta puede decirse que no está hecha sino de ellas. Basta consultar algunos minutos un misal o un ritual (bautismo, reconciliación, unción de los enfermos, etc.) para darse cuenta de ello; las reminiscencias bíblicas afloran en la oración más pequeña. Una tal "biblicidad" constituye el "pre-texto" de nuestros textos litúrgicos; es constitutivo de su misma naturaleza. La liturgia "maneja" constantemente la Biblia y "funciona" con ella. Sin duda, una vez más, la melodía que desarrolla es relativamente original con relación a ella; por eso la Biblia nunca ha funcionado como un molde estrecho que debería reproducir materialmente, sino como una fuente -la fuente fundamental- de inspiración. Se puede decir que no es otra cosa, en último término, sino una especie de improvisación sobre la Biblia.

En la mayoría de los casos, parece que se trata menos de referencias bíblicas conscientes como tales, que de una afloración venida de un amplio hábitus litúrgico, elaborado a lo largo de los siglos, con expresiones y modos bíblicos. Estos han acabado por habituar tan profundamente las "costumbres" del pueblo cristiano que este último ya casi no tiene conciencia de la fuente bíblica que alimenta su liturgia. Un poco como el aire que respiramos y que es tan natural para nosotros que ni pensamos en él, tal vez habría que decir que la liturgia es entonces tanto más bíblica cuanto menos se da uno cuenta de ello... es decir, ¡si la Biblia la impregna!

Esta fundamental y mutua interacción de la Biblia y de la liturgia es rica en enseñanzas. Primer templo "sacramental" de la Palabra de Dios, la Biblia está hecha constitutivamente para ser proclamada como tal en la asamblea de la Iglesia: este es su espacio de vida original. Despliegue de la Palabra hasta nuestro hoy, de modo visible (un sacramento es "como una palabra visible ", decía S. Agustín) tal como nos llega a través de los antiguos textos bíblicos, la liturgia transpira Biblia. Cada una de las dos, según la interpretación cristiana, está centrada en la memoria de la muerte y la resurrección de Cristo: la Biblia, porque ella encuentra ahí su cumplimiento; la liturgia, porque es memorial del Misterio Pascual.

Pero esta memoria no es posible sino en el Espíritu: es él quien inspira la revelación bíblica y la hace conspirar toda ella hacia el misterio de Cristo; es él también quien permite al cuerpo histórico y glorioso de Cristo que la Iglesia celebra en la Misa, el llegar a ser cuerpo eucarístico. Ambos son "pan de vida", como lo declara el n. 21 de la Constitución sobre la Revelación divina: "pan de vida sobre la mesa de la Palabra de Dios y sobre la del Cuerpo de Cristo". La primera está ordenada a la segunda, como lo muestra el movimiento dinámico que, en toda celebración sacramental, va de la primera a la segunda mesa: ¿no es el cuerpo eucarístico como la cristalización de la Palabra de Dios, Palabra que sólo Cristo es plena y definitivamente? (Heb 1, 1).

Célébrer 234

Les dijo una parábola sobre la necesidad de orar

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El evangelio [dominical] empieza así: «En aquel tiempo, Jesús les decía una parábola a sus discípulos para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer». La parábola es la de la viuda inoportuna. A la pregunta: «¿Cuántas veces hay que orara?», Jesús responde: ¡Siempre! La oración, como el amor, no soporta el cálculo de las veces. ¿Hay que preguntarse tal vez cuántas veces al día una mamá ama a su niño, o un amigo a su amigo? Se puede amar con grandes diferencias de conciencia, pero no a intervalos más o menos regulares. Así es también la oración.

Este ideal de oración continua se ha llevado cabo, en diversas formas, tanto en Oriente como en Occidente. La espiritualidad oriental la ha practicado con la llamada oración de Jesús: «Señor Jesucristo, ¡ten piedad de mí!». Occidente ha formulado el principio de una oración continua, pero de forma más dúctil, tanto como para poderse proponer a todos, no sólo a aquellos que hacen profesión explícita de vida monástica. San Agustín dice que la esencia de la oración es el deseo. Si continuo es el deseo de Dios, continua es también la oración, mientras que si falta el deseo interior, se puede gritar cuanto se quiera; para Dios estamos mudos. Este deseo secreto de Dios, hecho de recuerdo, de necesidad de infinito, de nostalgia de Dios, puede permanecer vivo incluso mientras se está obligado a realizar otras cosas: «Orar largamente no equivale a estar mucho tiempo de rodillas o con las manos juntas o diciendo muchas palabras. Consiste más bien en suscitar un continuo y devoto impulso del corazón hacia Aquél a quien invocamos».

Jesús nos ha dado Él mismo el ejemplo de la oración incesante. De Él se dice en los evangelios que oraba de día, al caer de la tarde, por la mañana temprano y que pasaba a veces toda la noche en oración. La oración era el tejido conectivo de toda su vida.

Pero el ejemplo de Cristo nos dice también otra cosa importante. Es ilusorio pensar que se puede orar siempre, hacer de la oración una especie de respiración constante del alma incluso en medio de las actividades cotidianas, si no reservamos también tiempos fijos en los que se espera a la oración, libres de cualquier otra preocupación. Aquel Jesús a quien vemos orar siempre es el mismo que, como todo judío de su tiempo, tres veces al día –al salir el sol, en la tarde durante los sacrificios del templo y en la puesta de sol-- se detenía, se orientaba hacia el templo de Jerusalén y recitaba las oraciones rituales, entre ellas el Shema Israel, Escucha Israel. El Sábado participa también Él, con los discípulos, en el culto de la sinagoga y varios episodios evangélicos suceden precisamente en este contexto.

La Iglesia igualmente ha fijado, se puede decir que desde el primer momento de vida, un día especial para dedicar al culto y a la oración, el domingo. Todos sabemos en qué se ha convertido, lamentablemente, el domingo en nuestra sociedad; el deporte, en particular el fútbol, de ser un factor de entretenimiento y distensión, se ha transformado en algo que con frecuencia envenena el domingo... Debemos hacer lo posible para que este día vuelva a ser, como estaba en la intención de Dios al mandar el descanso festivo, una jornada de serena alegría que consolida nuestra comunión con Dios y entre nosotros, en la familia y en la sociedad.

Es un estímulo para nosotros, cristianos modernos, recordar las palabras que los mártires Saturnino y sus compañeros dirigieron, en el año 305, al juez romano que les había mandado arrestar por haber participado en la reunión dominical: «El cristiano no puede vivir sin la Eucaristía dominical. ¿No sabes que el cristiano existe para la Eucaristía y la Eucaristía para el cristiano?».

Cantalamessa.

SANCTUS BY LIBERA

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Alegría y no tristeza

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Ya que como se ha estado hablando de la risa y de sus efectos. Aquí va una reflexión:
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Hermas (siglo II) El Pastor, 10º precepto
“Jesús exultó de gozo bajo la acción del Espíritu Santo.” “No pongáis triste al Espíritu Santo. Dios os ha marcado con él” (Ef 4,30)

Cuando el hombre indeciso fracasa en cualquier empresa, la tristeza invade su alma, aflige al Espíritu Santo y le echa fuera… aleja, pues, de tu corazón la tristeza y no ahogues al Espíritu Santo que habita en ti. (1Tes 5,19), por miedo a que llame a dios contra ti y te deje. Porque el Espíritu de Dios, que te ha sido dado en tu carne, no soporta ni la tristeza ni incomodidad.

Revístete de alegría y haz de ella tu delicia. Eso es lo que agrada a Dios; eso es lo que él acoge favorablemente. Porque todo el que está lleno de gozo obra bien, piensa bien y pone a la tristeza debajo de sus pies. Por el contrario, el hombre triste obra siempre mal; primeramente, hace mal contristando al Espíritu Santo que con gozo ha sido dado al hombre; seguidamente comete una falta de piedad no orando ni alabando al Señor. Porque la oración del hombre triste no tiene jamás la fuerza necesaria para subir al altar de Dios… Así como el vinagre mezclado con el vino hace perder el buen sabor a éste, de la misma manera la tristeza, mezclada con el Espíritu Santo, debilita la eficacia de la oración. Purifica, pues, tu corazón de esta tristeza perniciosa, y vivirás para Dios, igual que todos los que se habrán despojado de la tristeza y revestido de gozo.

SOBRE EL ARTÍCULO: "DE LA CEREMONIA AL SACRAMENTO"

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Apenas pude checar el comentario de la entrada "De la Ceremonia al Sacramento", gracias y pues a mi he de confesarlo, no me había quedado del todo claro por qué la liturgia es un sacramento, pero supuse que el Padre se refería a que es de importancia como un sacramento, y pude un poco comprenderlo después.

Como tu sabes estoy en el equipo de liturgia de mi Parroquia, y de hecho tuvimos que comprar un libro que se llama "Manantial y Cumbre. Iniciación litúrgica" de Alberto Aranda C. M. Sp. S, te lo recomiendo, allí viene lo de cómo deberá ser la Liturgia, usos y atentados contra el presbiterio, la sede, ambón, altar, orden, posiciones, etc., y el lunes del curso nos daban una definición de liturgia, que es "la obra de la salvación continuada por la Iglesia y que es también la presencia y la acción de Jesús que nos está salvando".

Nos decían también que la liturgia es como un sacramento porque tiene las características de que es un signo sensible, comunica la gracia y nos salva de algo, semejante a la definición de sacramento.

Pero en si no es el octavo sacramento, se relaciona bastante con ellos porque ayudan en la realización, porque a final de cuentas la liturgia se practica en la misa y es en ella donde se administran los sacramentos. Y si la liturgia es la colaboradora en la obra salvadora de Jesús, completa este comentario de sacramento.

THE GLORY OF THE VATICAN.

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Un hombre rico vestía de púrpura y lino

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El tema principal que hay que sacar a la luz, a propósito de la parábola del rico epulón que se lee en el Evangelio del próximo domingo, es su actualidad, esto es, cómo la situación se repite hoy, entre nosotros, tanto a nivel mundial como a nivel local. A nivel mundial los dos personajes son los dos hemisferios: el rico epulón representa el hemisferio norte (Europa occidental, América, Japón); el pobre Lázaro, con pocas excepciones, el hemisferio sur. Dos personajes, dos mundos: el primer mundo y el «tercer mundo». Dos mundos de desigual tamaño: el que llamamos «tercer mundo» representa de hecho «dos tercios del mundo». Se está afirmando la costumbre de llamarlo precisamente así: no «tercer mundo» (third world), sino «dos tercios del mundo» (two-third world).

El mismo contraste entre el rico epulón y el pobre Lázaro se repite dentro de cada una de las dos agrupaciones. Hay ricos epulones que viven codo a codo con pobres Lázaros en los países del tercer mundo (aquí, de hecho, su lujo solitario resulta todavía más estridente en medio de la miseria general de las masas), y hay pobres Lázaros que viven codo a codo con ricos epulones en los países del primer mundo. En todas las sociedades llamadas «del bienestar» algunas personas del espectáculo, del deporte, del sector financiero, de la industria, del comercio, cuentan sus ingresos y sus contratos de trabajo sólo en miles de millones (hoy en millones de euros), y todo esto ante la mirada de millones de personas que no saben cómo llegar con su escuálido sueldo o subsidio de desempleo a pagar el alquiler, las medicinas, los estudios de sus hijos.

La cosa más odiosa, en la historia relatada por Jesús, es la ostentación del rico, que éste haga alarde de su riqueza sin miramiento hacia el pobre. Su lujo se manifestaba sobre todo en dos ámbitos, la comida y la ropa: el rico celebraba opíparos banquetes y vestía de púrpura y lino, que eran, en aquel tiempo, telas de rey. El contraste no existe sólo entre quien revienta de comida y quien muere de hambre, sino también entre quien cambia de ropa a diario y quien no tiene un harapo que ponerse. Aquí, en un desfile de modas, se presentó una vez un vestido hecho de láminas de oro; costaba mil millones de las antiguas liras. Tenemos que decirlo sin reticencias: el éxito mundial de la moda italiana y el negocio que determina nos han afectado; ya no prestamos atención a nada. Todo lo que se hace en este sector, también los excesos más evidentes, gozan de una especie de trato especial. Los desfiles de moda que en ciertos períodos llenan los telediarios vespertinos a costa de noticias mucho más importantes, son como representaciones escénicas de la parábola del rico epulón.

Pero hasta aquí no hay, en el fondo, nada de nuevo. La novedad y aspecto único de la denuncia evangélica depende del todo desde el punto de vista de observación del suceso. Todo, en la parábola del rico epulón, se contempla retrospectivamente, desde el epílogo de la historia: «Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado». Si se quisiera llevar la historia a la pantalla, bien se podría partir (como se hace frecuentemente en las películas) de este final de ultratumba y mostrar toda la historia en flashback.

Se han hecho muchas denuncias similares de la riqueza y del lujo a lo largo de los siglos, pero hoy todas suenan retóricas o superficiales, pietistas o anacrónicas. Esta denuncia, después de dos mil años, conserva intacta su carga negativa. El motivo es que quien la pronuncia no es un hombre que esté de parte de ricos o pobres, sino uno que está por encima de las partes y se preocupa tanto de los ricos como de los pobres, incluso tal vez más de los primeros que de los segundos (¡a estos les sabe menos expuestos al peligro!). La parábola del rico epulón no se sugiere por el hastío hacia los ricos o por el deseo de ocupar su lugar, como tantas denuncias humanas, sino por una preocupación sincera de su salvación. Dios quiere salvar a los ricos de su riqueza.


Cantalamessa.

DE LA CEREMONIA AL SACRAMENTO.

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Por: Carlos Tadeo Albarracín Pbro.Doctor en Liturgia

La reforma de la Iglesia promovida por el Concilio Vaticano II se hizo con la finalidad de realizar de manera más eficaz su misión en las nuevas condiciones del mundo, el artículo 10 de la Sacrosanctum Concilium presenta cuatro objetivos de este sínodo: «El sacrosanto Concilio se propone acrecentar cada vez más la vida cristiana entre los fieles, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover cuanto pueda contribuir a la unión de todos los que creen en Cristo y fortalecer todo lo que sirva para invitar a todos al seno de la Iglesia.»

Dependiendo de ello el mismo artículo señala que por ello el Concilio cree que le «corresponde de modo particular procurar la reforma y el fomento de la liturgia.» La nueva manera de estar la Iglesia en el mundo al servicio del hombre considera la liturgia como medio evangelizador. Esto significa que se pasa de una concepción de la liturgia como ceremonia a entenderla como sacramento. El mismo Concilio define sacramento como «signo e instrumento» de la unión del hombre con Dios (y de los hombres entre sí)

En estos términos la liturgia busca:

1) Hacer crecer la vida cristiana de los fieles,

2) adaptar a nuestro tiempo las instituciones,

3) promover el ecumenismo, y

4) fortalecer la acción misionera de la Iglesia.

Desde esta perspectiva la finalidad de la celebración hay que buscarla en orden a la realización del proyecto salvífico, al establecimiento del Reino de Dios.

Cuando se inicia el Capítulo 11 del la Sacrosanctum Concilium, que versa sobre la reforma de la celebración de la Eucaristía, se advierte que «la Iglesia procura con solícito cuidado que los fieles no asistan a este misterio de fe como espectadores mudos o extraños, sino que, comprendiéndolo bien, mediante ritos y oraciones participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada» (Art. 48). Anteriormente la misma Constitución, al señalar los criterios para la reforma y el fomento de la liturgia, señalaba que para asegurar la eficacia de la celebración «los pastores sagrados deben procurar que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes para una celebración válida y lícita, sino también que los fieles participen en ella consciente, activa y fructíferamente» (Art. 11).

Podemos decir que la consideración de la liturgia como sacramento se canaliza hacia la participación, este es el tema central sobre el que se plantea en la práctica la reforma litúrgica, pero sistemáticamente a lo largo de la Sacrosanctum Concilium el sustantivo 'participación' aparece calificado por al menos dos de estos adjetivos: consciente, activa y fructífera.

La participación consciente

Si realizamos una ojeada sobre los criterios que establece la Sacrosanctum Concilium para la reforma de los diferentes rituales de los sacramentos nos daremos cuenta de que allí aparece como un estribillo la propuesta de hacer que la misma celebración exprese los efectos del sacramento «

La participación consciente implica un conocimiento de la celebración, del lenguaje simbólico y de los efectos de la misma. En el caso de la celebración de la Eucaristía, para una participación consciente se requiere una buena iniciación cristiana toda vez que la Eucaristía es la cima del proceso de iniciación; la misma iniciación cristiana incluye además del conocimiento del misterio de Cristo el dominio de los recursos simbólicos de la comunidad cristiana (Cf. Decreto Ad gentes, 14).

La participación activa

El artículo 30 de la Sacrosanctum Concilium señala que para favorecer la participación activa de los fieles en la celebración la reforma de los ritos ha de enriquecerse con: aclamaciones del pueblo, respuestas, salmodias, antífonas, cantos y acciones, gestos y posturas corporales. Pensamos que aquí se propone una lista jerarquizada, según ello, el primer elemento para la participación activa son las aclamaciones. Aclamaciones son frases breves que al unísono pronuncia el pueblo en honor y aplauso de alguien, en el caso de la celebración litúrgica de las personas de la Trinidad. Las respuestas se dan en contexto de diálogo entre el presidente y la asamblea o entre dos o más fracciones de la asamblea. Los cantos, ubicados en quinto lugar, son para acompañar ritos, la finalidad de ellos es ayudar a profundizar en el sentido del rito que acompañan (Cf. OGMR: El fin del canto de entrada es «abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirlos en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros» [47]. El canto de comunión «debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes comulgan, demostrar la alegría del corazón y manifestar claramente la índole 'comunitaria' de la procesión para recibir la Eucaristía» [86]).

La participación fructífera

Como su nombre lo indica, se trata de recibir el fruto de la celebración participando de la misma. Ello implica la valoración cristiana que de la Eucaristía hace el discípulo. El Concilio Vaticano 11 dice que la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida cristiana, cuando no hay conciencia de ello la celebración resulta insulsa y entonces se buscará aderezarla las más de las veces con elementos extraños.

Si el seguimiento de Jesús no es el horizonte de la celebración, ella queda reducida a un encuentro lúdico o una expresión cultural. De un proceso de evangelización depende una buena celebración.

Haceos amigos con el dinero

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El Evangelio de este domingo nos presenta una parábola en cierto modo bastante actual, la del administrador infiel. El personaje central es el administrador de un propietario de tierras, figura muy popular también en nuestros campos, cuando regían sistemas usufructuarios.

Como las mejores parábolas, ésta es como un drama en miniatura, lleno de movimiento y de cambios de escena. La primera tiene como actores al administrador y a su señor y concluye con un despido tajante: «Ya no puedes ser administrador». Éste no esboza siquiera una autodefensa. Tiene la conciencia sucia y sabe perfectamente que de lo que se ha enterado el patrón es cierto. La segunda escena es un soliloquio del administrador que se acaba de quedar solo. No se da por vencido; piensa enseguida en soluciones para garantizarse un futuro. La tercera escena –el administrador y los campesinos— revela el fraude que ha ideado con ese fin: «“¿Tú cuánto debes?” Respondió: “Cien cargas de trigo”. Le dijo: “Toma tu recibo y escribe ochenta”». Un caso clásico de corrupción y de falsa contabilidad que nos hace pensar en frecuentes episodios parecidos en nuestra sociedad, si bien a escala mucho mayor.

La conclusión es desconcertante: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente». ¿Es que Jesús aprueba o alienta la corrupción? Es necesario recordar la naturaleza del todo especial de la enseñanza en parábolas. La parábola no hay que trasladarla en bloque y con todos sus detalles en el plano de la enseñanza moral, sino sólo en aquel aspecto que el narrador quiere valorar. Y está claro cuál es la idea que Jesús ha querido inculcar con esta parábola. El señor alaba al administrador por su sagacidad, no por otra cosa. No se afirma que se vuelva atrás en su decisión de despedir a este hombre. Es más, visto su rigor inicial y la prontitud con la que descubrió la nueva estafa, podemos imaginar fácilmente la continuación, no relatada, de la historia. Tras haber alabado al administrador por su astucia, el señor debe haberle ordenado que devolviera inmediatamente el fruto de sus transacciones deshonestas, o pagarlas con la cárcel si no podía saldar la deuda. Esto, o sea, la astucia, es también lo que alaba Jesús, fuera de parábolas. Añade, de hecho, casi como comentario a las palabras de ese señor: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Aquel hombre, frente a una situación de emergencia, cuando estaba en juego su porvenir, dio prueba de dos cosas: de extrema decisión y de gran astucia. Actuó pronta e inteligentemente (si bien no honestamente) para ponerse a salvo. Esto –viene a decir Jesús a sus discípulos— es lo que debéis hacer también vosotros para poner a salvo no el futuro terreno, que dura algunos años, sino el futuro eterno. «La vida –decía un filósofo antiguo— a nadie se le da en propiedad, sino a todos en administración» (Séneca). Somos todos los «administradores»; por ello debemos hacer como el hombre de la parábola. Él no dejó las cosas para mañana, no se durmió. Está en juego algo más importante como para confiarlo al azar.

El Evangelio a menudo hace diversas aplicaciones prácticas de esta enseñanza de Cristo. En la que se insiste más tiene que ver con el uso de la riqueza y del dinero: «Yo os digo: haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas». Es como decir: haced como aquel administrador; haceos amigos de quienes un día, cuando os encontréis en necesidad, puedan acogeros. Estos amigos poderosos, se sabe, son los pobres, puesto que Cristo considera dado a Él en persona lo que se da al pobre. Los pobres, decía San Agustín, son, si lo deseamos, nuestros correos y porteadores: nos permiten transferir, desde ahora, nuestros bienes en la morada que se está construyendo para nosotros en el más allá.

Cantalamessa

Ángelus de este domingo !!!!

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Queridos hermanos y hermanas!

Esta mañana he visitado la diócesis de Velletri, de la que fui Cardenal titular durante varios años. Ha sido un encuentro familiar que me ha permitido revivir momentos del pasado ricos de experiencias espirituales y pastorales. En el curso de la solemne celebración eucarística, comentando los textos litúrgicos, me he detenido a reflexionar sobre el recto uso de los bienes terrenos, un tema que este domingo el evangelista Lucas, de varios modos, vuelve a proponer a nuestra atención. Contando la parábola de un administrador deshonesto, pero más bien astuto, Cristo enseña a sus discípulos cuál es la mejor manera de utilizar el dinero y las riquezas materiales, esto es, compartirlas con los pobres procurándose así su amistad, en vista del Reino de los cielos. «Haceos amigos con el dinero injusto –dice Jesús--, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas» (Lc 16,9). El dinero no es «deshonesto» en sí mismo, pero más que cualquier otra cosa puede cerrar al hombre en un ciego egoísmo. Se trata por lo tanto de realizar una especie de «conversión» de los bienes económicos: en lugar de usarlos sólo por interés propio, hay que pensar también en la necesidad de los pobres, imitando a Cristo mismo, el cual –escribe Pablo-- «siendo rico se hizo pobre para enriquecernos a nosotros con su pobreza» (2 Co 8,9). Parece una paradoja: Cristo no nos ha enriquecido con su riqueza, sino con su pobreza, esto es, con su amor que le empujó a darse totalmente a nosotros.

Aquí podría abrirse un vasto y complejo campo de reflexión sobre el tema de la riqueza y de la pobreza, también a nivel mundial, donde se confrontan dos lógicas económicas: la lógica del beneficio y la de la equitativa distribución de los bienes, que no están en contradicción una con otra, con tal de que su relación esté bien ordenada. La doctrina social católica siempre ha sostenido que la distribución equitativa de los bienes es prioritaria. El beneficio es naturalmente legítimo y, en la justa medida, necesario para el desarrollo económico. Juan Pablo II escribió en la Encíclica Centesimus annus: «La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos» (n. 32). Sin embargo, añade, el capitalismo no hay que considerarlo como el único modelo válido de organización económica (n. 35). La emergencia del hambre y la ecológica denuncian, con creciente evidencia, que la lógica del beneficio, si es predominante, incrementa la desproporción entre ricos y pobres y una ruinosa explotación del planeta. Cuando, en cambio, prevalece la lógica de compartir y de la solidaridad, es posible enderezar la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo y sostenible.

Que María Santísima, que en el Magnificat proclama: el Señor «a los hambrientos colma de bienes, a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,53), ayude a los cristianos a usar con sabiduría evangélica, esto es, con generosa solidaridad, los bienes terrenos, e inspire a los gobiernos y a los economistas estrategias de miras amplias que favorezcan el auténtico progreso de los pueblos.

Arrepentimiento

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Unicamente mediante el arrepentimiento de nuestras culpas podremos apartarnos del mal y volver a Dios explícitamente. Sólo a partir del arrepentimiento se funde, por así decir, toda la direza de nuestro corazón, de tal forma que pueda aparecer aquella fluidez, que nos hace capaz de ser moldeados por Cristo. (...) Al verdadero arrepentimiento no sólo corresponde el dolor por los pecados ya pasados, sino también el anhelo de reconcialiarse con Dios, la nostalgia de caminar otra vez por sus caminos. Von Hilderbrand.

PADRE PRO. LA PELÍCULA

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Corto de este film, disfrútenlo.

El padre corrió a su encuentro

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En la liturgia de este domingo se lee íntegramente el capítulo decimoquinto del Evangelio de Lucas, que contiene las tres parábolas llamadas «de la misericordia»: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo. «Un padre tenía dos hijos...». Basta con oír estas palabras para que quien tenga una mínima familiaridad con el Evangelio exclame enseguida: ¡la parábola del hijo pródigo! En otras ocasiones he subrayado el significado espiritual de parábola: esta vez desearía subrayar en ella un aspecto poco desarrollado, pero extremadamente actual y cercano a la vida. En su fondo la parábola no es sino la historia de una reconciliación entre padre e hijo, y todos sabemos qué vital es una reconciliación así para la felicidad tanto de padres como de hijos.

Quién sabe por qué la literatura, el arte, el espectáculo, la publicidad, se aprovechan de una sola relación humana: la de trasfondo erótico entre el hombre y la mujer, entre esposo y esposa. Publicidad y espectáculo no hacen más que cocinar este plato de mil maneras. Dejamos en cambio sin explorar otra relación humana igualmente universal y vital, otra de las grandes fuentes de alegría de la vida: la relación padre-hijo, el gozo de la paternidad. En literatura la única obra que trata de verdad este tema es la «Carta al padre», de F. Kafka (la famosa novela «Padres e hijos» de Turgenev no trata en realidad de la relación entre padres e hijos, sino entre generaciones distintas).

Si en cambio se ahonda con serenidad y objetividad en el corazón del hombre se descubre que, en la mayoría de los casos, una relación conseguida, intensa y serena con los hijos es, para un hombre adulto y maduro, no menos importante y satisfactoria que la relación hombre-mujer. Sabemos cuán importante es esta relación también para el hijo o la hija y el tremendo vacío que deja su ruptura.

Igual que el cáncer ataca, habitualmente, los órganos más delicados del hombre y de la mujer, la potencia destructora del pecado y del mal ataca los núcleos vitales de la existencia humana. No hay nada que se someta al abuso, a la explotación y a la violencia como la relación hombre-mujer, y no hay nada que esté tan expuesto a la deformación como la relación padre-hijo: autoritarismo, paternalismo, rebelión, rechazo, incomunicación.

No hay que generalizar. Existen casos de relaciones bellísimas entre padre e hijo y yo mismo he conocido varias de ellas. Pero sabemos que hay también, y más numerosos, casos negativos de relaciones difíciles entre padres e hijos. En el profeta Isaías se lee esta exclamación de Dios: «Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí» (Is 1, 2). Creo que muchos padres hoy en día saben, por experiencia, qué quieren decir estas palabras.

El sufrimiento es recíproco; no es como en la parábola, donde la culpa es única y exclusivamente del hijo... Hay padres cuyo sufrimiento más profundo en la vida es ser rechazados o hasta despreciados por los hijos. Y hay hijos cuyo sufrimiento más profundo e inconfesado es sentirse incomprendidos, no estimados o incluso rechazados por el padre.

He insistido en el aspecto humano y existencial de la parábola del hijo pródigo. Pero no se trata sólo de esto, o sea, de mejorar la calidad de vida en este mundo. Entra en el esfuerzo de una nueva evangelización la iniciativa de una gran reconciliación entre padres e hijos y la necesidad de una sanación profunda de su relación. Se sabe lo mucho que la relación con el padre terreno puede influir, positiva o negativamente, en la propia relación con el Padre celestial y por lo tanto la misma vida cristiana. Cuando nació el precursor Juan Bautista el ángel dijo que una de sus tareas sería la de «hacer volver los corazones de los padres a los hijos y los corazones de los hijos hacia los padres» [Cf. Lc 1,17. Ndr], una misión más actual que nunca.

Cantalamessa.

LAS PENAS DEL INFIERNO.

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Del Diario de Santa María Faustina Kowalska (741)


Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión! Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible, sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias. Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que que ha pecado. Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde un tormento se diferencía del otro. Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse diciendo que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe.

1) La pérdida de Dios

Apartaos de mí, malditos (Mt 25,41). Todos éstos sufrirán el castigo de una perdición eterna lejos de la presencia del Señor y de su gloria esplendorosa (2 Tes 1,9).

2) El remordimiento de conciencia

Su gusano no muere (Mc 9,48).

3) Aquel destino no cambiará jamás

Y éstos irán al castigo eterno (Mt 25,46).

4) El fuego

Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno (Mt 25,41).

5) La oscuridad

Echadlo a las tinieblas exteriores (Mt 22,13; Mt 25,30).

6) La compañía de Satanás

Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41).

7) La desesperación

Allí será el llanto y el crujir de dientes (Mt 22,13; Mt 24,51; Mt 25,30).

ENTRE TUS MANOS.

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Transformación....

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Dios nos ha llamado a trasnaformarnos en hombres nuevos en Cristo. Nos otorga una vida nueva sobrenatural en el Santo Bautismo, nos hace partícipes de su vida divina. Mas esta vida no está destinada a descansar escondida como un secreto en el fondo de nuestra alma, sino a transformar toda nuestra persona. La meta a la que Dios nos ha llamado en Su incocebiblie misericordia, no es sólo una perfección ética, que no se diferenciaría cualitativamente de la natural y que sólo recibiría significado sobrenatural por la gracia oculta, sino también la plenitud sobrenatural de las virtudes de Cristo que representa cualitativamente algo totalmente nuevo frente a toda virtud meramente natural. "Para que anuncies las virtudes de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a Su luz admirable". Casi todas las oraciones del año litúrgico se refieren al recorido del camino que nos lleva desde que recibimos el prncipio sobrentural de la vida en el bautismo hasta que nos transformemos en Cristo, es decir la victoria plena de Cristo en nosotros, que consiste en la santidad. Dietrich Von Hilderbrand.

Si uno me sigue ...

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Hume decía que muchas de las cosas dependen de la costumbre. Y en parte es verdad. Pues estamos en el mundo, con las cosas, con las personas, y nos acostumbramos, o como diría el Zorro en el Principito, las adomesticamos, aunque éste último lo decía en un sentido más afectivo.

Pues, de ahora en adelante, quiero suscitar una nueva costumbre. Voy a empezar a publicar las ideas que Cantalamessa, el predicador oficicial del Vaticano, expresa todos los viernes. Siempre me parecen batsante bien fundamentadas. Explican bien. Y es interesante, pues éste es franciscano.

Bienvenidos a la sección: Cantalamessa ...

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Si uno me sigue...

El pasaje del Evangelio de este domingo es uno de esos que dan la tentación de ser dulcificados por parecer demasiado duro para los oídos: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre…». Ante todo hay algo que aclarar: ciertamente el Evangelio es en ocasiones provocante, pero nunca contradictorio. Poco después, en el mismo Evangelio de Lucas, Jesús recuerda con fuerza el deber de honrar al padre y a la madre (Cf. Lucas 18 20) y a propósito del marido y la mujer, dice que tienen que ser una sola carne y que el hombre no tiene derecho de separar lo que Dios ha unido. Entonces, ¿cómo puede decirnos ahora que hay que odiar al padre y a la madre, a la mujer, a los hijos y a los hermanos?

Hay que tener en cuenta un hecho. En hebreo no hay comparativo de superioridad o de inferioridad (amar a alguien más o menos que a otra persona); simplifica y reduce todo a «amar» u «odiar». La frase «si alguno viene donde mí y no odia a su padre y a su madre» debe entenderse, por tanto, en este sentido: «si alguno viene donde mí sin preferirme a su padre y a su madre». Para darse cuenta de esto basta leer el mismo pasaje del Evangelio de Mateo donde dice: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mateo 10, 37).

Sería totalmente equivocado pensar que este amor por Cristo está en competencia con los diferentes amores humanos: por los padres, el cónyuge, los hijos, los hermanos. Cristo no es un «rival en el amor» de nadie y no tiene celos de nadie.

En la obra «El zapato de raso» de Paul Claudel, la protagonista, cristiana fervorosa pero al mismo tiempo locamente enamorada de Rodrigo, exclama interiormente, como si le costara creerse a sí misma: «Por tanto, ¿está permitido este amor por las criaturas? ¿Verdaderamente Dios no tiene celos?». Y su ángel de la guarda le responde: «¿Cómo podría ser celoso de lo que ha hecho él mismo?» (acto III, escena 8).

El amor por Cristo no excluye los demás amores sino que los ordena. Es más, en él todo amor genuino encuentra su fundamento, su apoyo y la gracia necesaria para ser vivido hasta el final. Este es el sentido de la «gracia de estado» que confiere el sacramento del matrimonio a los cónyuges cristianos. Asegura que, en su amor, serán apoyados y guiados por el amor que Cristo tuvo por su esposa, la Iglesia.

Jesús no hace ilusiones a nadie, pero tampoco desilusiona a nadie; pide todo porque quiere darlo todo; es más, lo ha dado todo. Uno podría preguntarse: ¿pero cómo puede este hombre, que vivió hace veinte siglos en un rincón perdido del planeta, pedirnos a todos este amor absoluto? La respuesta, sin necesidad de remontarnos muy lejos, se encuentra en su vida terrena que conocemos por la historia: él fue el primero en darlo todo por el hombre: «Cristo nos amó y se entregó por nosotros» (Cf. Efesios 5, 2).

En este mismo pasaje del Evangelio, Jesús nos recuerda también cuál es el test y la prueba del verdadero amor por él: «cargar con la propia cruz». Cargar con la propia cruz no significa buscar sufrimientos. Cristo tampoco se puso a buscar su cruz; en obediencia a la voluntad del Padre la cargó sobre sí cuando los hombres se la pusieron a espaldas, transformándola con su amor obediente de instrumento de suplicio en signo de redención y de gloria. Jesús no vino a aumentar las cruces humanas, sino más bien a darles un sentido. Con razón, se ha dicho que «quien busca a Jesús sin la cruz, encontrará la cruz sin Jesús», es decir, de todos modos encontrará la cruz, pero sin la fuerza para cargar con ella.

 
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