Día del maestro

Desde que el hombre empezó a vivir, han existido personas que han dedicado su vida a la enseñanza. La historia nos recuerda a grandes maestros y nos hace ver el enorme respeto que a través de los tiempos, en todos los lugares se ha tenido hacia estos personajes. Podríamos citar a manera de ejemplo a los grandes filósofos de la Antigua Grecia: Sócrates, Platón, Aristóteles, Tales, Parménides etc., tenemos otro ejemplo más claro: Jesús de Nazaret, los primeros apóstoles. Posteriormente tenemos a los grandes Padres y Doctores de la Iglesia como Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Ambrosio de Milán, Teresa de Ávila, Teresita del Niño Jesús, entre otros.

Fuera del ambiente religioso tenemos a los grandes maestros del Humanismo, el Renacimiento, y las épocas posteriores; todos ellos han trascendido en la Historia Universal como grandes, sus obras son muy conocidas, pero hay tantas personas que no han sido reconocidas por su labor y que han tenido tanto que puede servir para la humanidad.

La historia del Día del Maestro en México comienza en 1917 cuando dos diputados, el Coronel Benito Ramírez García y el Doctor Enrique Viesca Lobatón presentaron una propuesta ante el Congreso de la Unión para que fuera instituido el Día del Maestro el día 15 de mayo. Esta propuesta fue aprobada el 27 de septiembre del mismo año, el entonces presidente Venustiano Carranza, firmó el decreto que declaró oficialmente el 15 de mayo como día del maestro. Al año siguiente, en 1918 se realizó la primera conmemoración del Día del Maestro.

Muchas veces las y los maestros pueden ser un tanto molestos, demasiado trabajos, tareas, exámenes entre otras tantas ocurrencias que tienen. Hay algunos que es muy justificada su exigencia, pero otros tantos a veces no tienen la razón de ser así y nos causan tensiones, angustias entre otras cosas; pero he de decir que siempre te enseñan algo, o siempre debes sacar lo bueno, ya que cada día puedes aprender cosas nuevas. Los maestros y maestras tienen un don muy especial, que les permite no solamente transmitir información, sino formar conocimientos, despertar los sentidos de sus alumnos y desarrollar su inteligencia y espíritu.

Es por ello, que no importa si tus maestros son muy buenos, o muy malos, si se pasan las materias fácil o difícilmente, si te cuesta trabajo todo lo que te exigen, simplemente busca aprender lo bueno de ellos, felicítalos y ora por ellos, ya que no es nada sencillo estar del lado del pizarrón, ya que las o los maestros no solo se preocupan por enseñar algunas cosas para aprobar un examen, o luchar contra la ignorancia, sino que tienen la responsabilidad de forjar individuos productivos para la sociedad, desarrollar habilidades para la vida, valores, actitudes, hábitos y conductas que deben aplicarse para nuestro desarrollo como individuos dentro de una sociedad.

No quiero dejar pasar una idea que me gustaría transmitir, que no solo es maestro o maestra aquel que está en la escuela, que aplica exámenes y que te hace sufrir, sino que son maestros todas aquellas personas que te enseñan diversas cosas, aunque sea algo sumamente sencillo, estas personas pueden ser tus padres, amigos, hermanos, en fin, todo aquel que te rodea, y tu puedes ser maestro de algo, ya que todos aprendemos de todos.

Para finalizar quisiera mencionar la “Oración de la Maestra” escrita por Gabriela Mistral, dedicada con cariño para las y los maestros:

“¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el
nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.

Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la
belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.

Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto.
Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la
mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren.
No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de los
que enseñe.

Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender
como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance
a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella
clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios
no canten más.

Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie
a la batalla de cada día y de cada hora por él.

Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre
tu corro de niños descalzos.

Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre;
hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda
presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.”

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