FEEL. ROBBIE WILLIAMS

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Es una canción que en lo personal me gusta bastante. Para mi una de las mejores de Robbie Williams.

MENSAJE URBI ET ORBI 2007. BENEDICTO XVI

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Imagen tomada el 25 de Diciembre de 2007 durante la bendición Urbi et Orbi

«Nos ha amanecido un día sagrado: venid, naciones, adorad al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra»(Misa del día de Navidad, Aclamación al Evangelio).

Queridos hermanos y hermanas:
«Nos ha amanecido un día sagrado». Un día de gran esperanza: hoy el Salvador de la humanidad ha nacido. El nacimiento de un niño trae normalmente una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el corazón de cuantos lo esperaban: «lux magna», canta la liturgia de este día de Navidad. Ciertamente no fue «grande» según el mundo, porque, en un primer momento, sólo la vieron María, José y algunos pastores, luego los Magos, el anciano Simeón, la profetisa Ana: aquellos que Dios había escogido. Sin embargo, en lo recóndito y en el silencio de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera; ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14)

«Dios es luz –afirma san Juan– y en él no hay tinieblas» (1 Jn 1,5). En el Libro del Génesis leemos que cuando tuvo origen el universo, «la tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla». «Y dijo Dios: “que exista la luz”. Y la luz existió» (Gn 1,2-3). La Palabra creadora de Dios es Luz, fuente de la vida. Por medio del Logos se hizo todo y sin Él no se hizo nada de lo que se ha hecho (cf. Jn 1,3). Por eso todas las criaturas son fundamentalmente buenas y llevan en sí la huella de Dios, una chispa de su luz. Sin embargo, cuando Jesús nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo: «Dios de Dios, Luz de Luz», profesamos en el Credo. En Jesús, Dios asumió lo que no era, permaneciendo en lo que era: «la omnipotencia entró en un cuerpo infantil y no se sustrajo al gobierno del universo» (cf. S. Agustín, Serm 184, 1 sobre la Navidad). Aquel que es el creador del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en la noche de Navidad, el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).

«Hoy una gran luz ha bajado a la tierra». La Luz de Cristo es portadora de paz. En la Misa de la noche, la liturgia eucarística comenzó justamente con este canto: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros» (Antífona de entrada). Más aún, sólo la «gran» luz que aparece en Cristo puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada generación está llamada a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno de nosotros.

La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20). Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.

En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de salvación.

Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano, brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven negadas aún sus legítimas aspiraciones a una subsistencia más segura, a la salud, a la educación, a un trabajo estable, a una participación más plena en las responsabilidades civiles y políticas, libres de toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden la dignidad humana. Las víctimas de sangrientos conflictos armados, del terrorismo y de todo tipo de violencia, que causan sufrimientos inauditos a poblaciones enteras, son especialmente las categorías más vulnerables, los niños, las mujeres y los ancianos. A su vez, las tensiones étnicas, religiosas y políticas, la inestabilidad, la rivalidad, las contraposiciones, las injusticias y las discriminaciones que laceran el tejido interno de muchos países, exasperan las relaciones internacionales. Y en el mundo crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios ambientales.

En este día de paz, pensemos sobre todo en donde resuena el fragor de las armas: en las martirizadas tierras del Dafur, de Somalia y del norte de la República Democrática del Congo, en las fronteras de Eritrea y Etiopía, en todo el Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra Santa, en Afganistán, en Pakistán y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes, y en tantas otras situaciones de crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia. Que el Niño Jesús traiga consuelo a quien vive en la prueba e infunda a los responsables de los gobiernos sabiduría y fuerza para buscar y encontrar soluciones humanas, justas y estables. A la sed de sentido y de valores que hoy se percibe en el mundo; a la búsqueda de bienestar y paz que marca la vida de toda la humanidad; a las expectativas de los pobres, responde Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con su Natividad. Que las personas y las naciones no teman reconocerlo y acogerlo: con Él, «una espléndida luz» alumbra el horizonte de la humanidad; con Él comienza «un día sagrado» que no conoce ocaso. Que esta Navidad sea realmente para todos un día de alegría, de esperanza y de paz.

«Venid, naciones, adorad al Señor». Con María, José y los pastores, con los Magos y la muchedumbre innumerable de humildes adoradores del Niño recién nacido, que han acogido el misterio de la Navidad a lo largo de los siglos, dejemos también nosotros, hermanos y hermanas de todos los continentes, que la luz de este día se difunda por todas partes, que entre en nuestros corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares, lleve serenidad y esperanza a nuestras ciudades, y conceda al mundo la paz. Éste es mi deseo para quienes me escucháis. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús, para que su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz. El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, os colme con su felicidad y os haga mensajeros de su bondad. ¡Feliz Navidad!

© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana

ABIERTO EL PROCESO DE BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO I

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En presencia del prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos


BELLUNO, 24 de noviembre de 2003 (ZENIT.org).- La solemnidad de Cristo Rey, celebrada el domingo, fue el marco en que se abrió en la catedral Belluno, al noroeste de Italia, la fase diocesana de la causa de beatificación de Juan Pablo I –Albino Luciani— en presencia del prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins.

La solemne liturgia ha constituido la primera sesión del proceso que, a los pies de los Dolomitas, todos esperan que eleve a los altares al cardenal Lucani, Papa durante 33 días en 1978.

Originario de Canale d’Agordo, donde nació en 1912, Albino Luciani fue ordenado sacerdote en 1935; en 1958 era obispo de Vittorio Veneto y patriarca de Venecia en 1969. Del 26 de agosto al 28 de septiembre de 1978 se desarrolló su breve pontificado.

«Maestro de fe limpia, sin cesiones a modas pasajeras y mundanas. Trataba de adaptar sus enseñanzas a la sensibilidad de la gente, pero conservando siempre la claridad de la doctrina y la coherencia de su aplicación a la vida»: así describía Juan Pablo II el pasado 27 de agosto a su predecesor, con ocasión del XXV aniversario de su elección a la sede de Pedro.

«Humildad y optimismo fueron la característica de su existencia», sintetizó entonces; «precisamente gracias a estas cualidades, dejó en su fugaz paso entre nosotros un mensaje de esperanza que encontró acogida en muchos corazones».

Un Papa y pastor de «pensamiento siempre original y agudo», con un «fuerte concepto de santidad» fue Juan Pablo I, reconoció el cardenal Saraiva durante la ceremonia en la diócesis de la que era originario.

El purpurado subrayó la humildad de Albino Luciani recordando la visita que hizo a la tumba de Pablo VI antes de la apertura del cónclave en el que sería elegido Papa.

«Iba entre miles de personas, en fila –recordó--. En cierto momento creyó que no podría llegar hasta el final. Fue reconocido sólo cuando llegó ante el féretro y entonces le condujeron aparte, a un reclinatorio preparado».

«Esto evidencia la clase del humilde patriarca de Venecia –reconoció el cardenal Saraiva--, que sale del pueblo y con el pueblo ama permanecer (...), en silencio», cita la agencia de noticias del episcopado italiano «Sir».

Por su parte, el obispo de Belluno-Feltre, monseñor Vincenzo Savio, durante la liturgia de la Palabra, recordó el «sentimiento difundido del pueblo de Dios, que pide que [Albino Luciani] sea propuesto como testimonio de santidad».

El prelado, con ocasión de la apertura de la fase diocesana del proceso, obsequió a las parroquias de la diócesis de Belluno-Feltre con páginas –enmarcadas-- originales del breviario que utilizó Albino Luciani.

Sobre esas páginas del breviario, Albino Luciani «formó su piedad, nutrió su fe; de esas páginas obtuvo luz y fuerza en su ministerio pastoral», explicó monseñor Savio.

«Será para cada comunidad el reclamo concreto para buscar en la oración la fuerza de amar y servir a Dios y a los hermanos en la vida de cada día», exhortó.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

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(Aunque ya pasó la fecha, no había podido leer esta reflexión de Cantalamessa, que me parece sumamente interesante)


Sin pecado


Con el dogma de la Inmaculada Concepción la Iglesia católica afirma que María, por singular privilegio de Dios y en vista de los méritos de la muerte de Cristo, fue preservada de contraer la mancha del pecado original y vino a la existencia ya del todo santa. Cuatro años después de la definición del dogma por el Papa Pío IX, esta verdad fue confirmada por la Virgen misma en Lourdes en una de las apariciones a Bernadette con las palabras: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

La fiesta de la Inmaculada recuerda a la humanidad que existe una sola cosa que contamina verdaderamente al hombre, y es el pecado. Un mensaje cuánto más urgente que proponer. El mundo ha perdido el sentido del pecado. Se bromea como si fuera lo más inocente del mundo. Aliña con la idea de pecado sus productos y sus espectáculos para hacerlos más atractivos. Se refiere al pecado, incluso a los más graves, con diminutivos: pecadillo, viciosillo. La expresión «pecado original» se utiliza en el lenguaje publicitario para indicar algo bien distinto de la Biblia: ¡un pecado que da un toque de originalidad a quien lo comete!

El mundo tiene miedo de todo menos del pecado. Teme la contaminación atmosférica, las penosas enfermedades del cuerpo, la guerra atómica, actualmente el terrorismo, pero no le da miedo la guerra a Dios, que es el Eterno, el Omnipotente, el Amor, mientras Jesús dice que no se tema a quienes matan el cuerpo, sino sólo a quien, después haber matado, tiene el poder de arrojar a la gehenna (v. Lc 12, 4-5).

Esta situación «ambiental» ejerce una tremenda influencia hasta en los creyentes, que sin embargo quieren vivir según el Evangelio. Produce en ellos un adormecimiento de la conciencia, una especie de anestesia espiritual. Existe una narcosis por pecado. El pueblo cristiano ya no reconoce a su verdadero enemigo, el señor que le mantiene esclavizado, sólo porque se trata de una dorada esclavitud. Muchos que hablan de pecado tienen de él una idea completamente inadecuada. El pecado se despersonaliza y se proyecta únicamente sobre las estructuras; se acaba por identificar el pecado con la postura de los propios adversarios políticos o ideológicos. Una investigación sobre qué piensa la gente que es el pecado arrojaría resultados que probablemente nos aterrorizarían.

En lugar de librarse del pecado, todo el empeño se concentra hoy en librarse del remordimiento del pecado; en vez de luchar contra el pecado se lucha contra la idea de pecado, sustituyéndola con aquella --bastante distinta-- del «sentimiento de culpa». Se hace lo que en cualquier otro campo se considera lo peor de todo, o sea, negar el problema en lugar de resolverlo, volver a echar y sepultar el mal en el inconsciente en vez de extraerlo. Como quien cree que elimina la muerte suprimiendo el pensamiento sobre la muerte, o como el que se preocupa de bajar la fiebre sin curar la enfermedad, de la que aquella es sólo un providencial síntoma. San Juan decía que si afirmamos estar sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y hacemos de Dios un mentiroso (v. 1 Jn 1, 8-10); Dios, de hecho, dice lo contrario: que hemos pecado. La Escritura dice que Cristo «murió por nuestros pecados» (1 Co 15, 3). Suprime el pecado y has hecho vana la propia redención de Cristo, has destruido el
significado de su muerte. Cristo habría luchado contra simples molinos de viento, habría derramado su sangre por nada.

Pero el dogma de la Inmaculada nos dice también algo sumamente positivo: que Dios es más fuerte que el pecado y que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (v. Rm 5, 20). María es la señal y la garantía de esto. La Iglesia entera, detrás de Ella, está llamada a ser «resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 27). Un texto del Concilio Vaticano II dice: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes» [ Lumen gentium, n. 65].

LAS ROSAS DEL MILAGRO.

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Aquí un video de la última párte de esta película, aparece la Antigua Basílica y cómo era en esos días.

COMO LOS MÁRTIRES

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"Atraí­dos por el ejemplo de Jesús y sostenidos por su amor, muchos cristianos, ya en los orígenes de la Iglesia, testimoniaron su fe con el derramamiento de su sangre. Tras los primeros mártires han seguido otros a lo largo de los siglos hasta nuestros dí­as"
Benedicto XVI

El martirio es el signo más auténtico de la Iglesia de Jesucristo: una Iglesia formada por hombres, frágiles y pecadores, pero que saben dar testimonio de su fe vigorosa y de su amor incondicional a Jesucristo, anteponiéndolo incluso a la propia vida. Dado que los mártires son personas de todos los ámbitos sociales, que han pasado su existencia haciendo el bien y que han sufrido y han muerto renunciando a salvar su vida y perdonando a quienes los maltratan, nos sitúan ante una realidad que supera lo humano y que nos invita a reconocer la fuerza y la gracia de Dios actuando en la debilidad de la historia humana. BEATIFICACIÓN DE 498 MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA (Roma, 28 de octubre de 2007)

Adoration with two Popes

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AIDA: UNA FRASE CÉLEBRE...

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Este video es del programa "Aida", veanlo, está corto y dice una frase bastante interesante o qué opinan?

 
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